En esa tarde, Constantina se ve envuelta por un negro manto que cubre la tristeza en la que han quedado sumidos los habitantes de esa ciudad blanca. La razón es sencilla, Cristo va a ser Enterrado allí mismo donde nació. María, su Madre y Madre de todos aquellos que miran con tristeza, sigue al féretro de su Hijo en lo más profundo de su Soledad. En esta ocasión, ya no está a los pies de la Santa Cruz, sino delante, intentando ocultar a los ojos del gentío el madero donde murió su Hijo. No quiere que recuerden el dolor que sintieron al verle allí clavado la noche antes.
En esa negra tarde, Madre e Hijo van más cerca que nunca. No hay penitentes que los separen, esta vez no. María ha querido ir sola. Cristo yace en un lecho de lirios que resaltan lo dramático de la situación. Flores y más Flores para un Rey que días antes llenaba las calles, y que esa misma tarde había subido a reencontrarse con su Padre, con Dios, a la espera de su Resurrección.
El cortejo fúnebre es largo, pues nadie quiere que María se sienta abandonada en tan amarga circunstancia. Sin embargo, ELLA está tan sola...