La madrugada en la que Constantina enmudece, Dios sale por la puerta de su Casa con la cruz al hombro. Detrás, Simón, quien le ayuda a cargar con el peso de tanta penitencia por no haber cometido pecado alguno. La oscuridad de la noche se más hace presente en ese momento. El Señor atraviesa su jardín para comenzar su particular recorrido en el más triste y sobrecogedor de los silencios. Dentro de su Casa quedó su Madre. No puede ver como sufre su hijo. Esta vez ella no saldrá. Esperará a que mañana salga el primer rayo de sol para que San Juan la acompañe en ese agridulce episodio que es el encuentro con su Hijo.
Por las calles de su pueblo, Jesús reza en silencio. Su cruz cada vez pesa menos debido a los numerosos fieles que han decido acompañarle en este trance. Continúa caminando poquito a poco.
La espadaña de su Ermita comienza a inquietarse cuando de lejos ve el primer resplandor de un cirio negro. Ya viene, se dice en silencio. Ya viene al encuentro con su Madre.
Por las calles de su pueblo, Jesús reza en silencio. Su cruz cada vez pesa menos debido a los numerosos fieles que han decido acompañarle en este trance. Continúa caminando poquito a poco.
La espadaña de su Ermita comienza a inquietarse cuando de lejos ve el primer resplandor de un cirio negro. Ya viene, se dice en silencio. Ya viene al encuentro con su Madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario